Se dice que tanto en esta terraza como en la torreta del romántico castillete que se encuentra adosada a ella, gustaban los Montpensier de tomar el sol. Además era frecuente encontrar a la Infanta Beatriz en dicha torreta realizando sus pinturas, en las que usaba como modelo las flores que crecían en el invernadero, construido en 1854 y que los Montpensier destinaron a la aclimatación de especies exóticas. Desde esta terraza, puede entenderse cómo el lugar elegido por los Montpensier para emplazar la que sería su residencia de verano habitual en Sanlúcar era un enclave totalmente privilegiado: al borde de la Barranca, en una de las manzanas más extensas del Barrio Alto, con claras vistas a la desembocadura del río, a Doñana y, por supuesto, al Oceáno.
La travesía del Atlántico es relatada en la singular y extensa relación que a modo de diario hizo del viaje el véneto Antonio Pigafetta, uno de los supervivientes que completó la primera vuelta al mundo y una de las fuentes básicas para conocer los avatares de la expedición. Rico en detalles de interés antropológico, lingüístico y de historia natural, prueba de la formación humanista del italiano, su entrada del diario con fecha de 3 de octubre de 1519 es buena muestra de ello. En estas páginas, Pigafetta se sorprende de cómo, contrariamente a lo que pensaban los antiguos, sí que llueve en los trópicos, teniendo un tiempo lluvioso que duró sesenta días, mientras pasaban a la altura de Cabo Verde y Sierra Leona. Habla también el italiano cómo en los días de calma aparecen unos peces de varias hiladas de dientes terribles que si desgraciadamente encuentran un hombre en el mar, lo devoran en el acto, los tiburones. También vieron, continúa Pigafetta, pájaros raros, peces que vuelan, aves que parecía que no tenían cola que posiblemente fueran aves del paraíso...
De todas las anécdotas sobre la travesías por el mar Océano, resulta interesante detenernos en la narración que hace Pigafetta de la aparición de un fenómeno asociado al patrón de los marineros, San Telmo, santo que da nombre a uno de los palacios de los Montpensier en Sevilla y que previamente, durante finales del XVII y durante gran parte del XVIII, fue una escuela de pilotos y sede de la Universidad de Mareantes. El fenómeno que relata Pigafetta no es otro, en fin, que el llamado Fuego de San Telmo:
Durante las horas de borrasca, vimos a menudo el Cuerpo Santo, es decir, San Telmo. En una noche muy oscura, se nos apareció como una bella antorcha en la punta del palo mayor, donde se detuvo durante dos horas, lo que nos servía de gran consuelo en medio de la tempestad. En el momento en que desapareció, despidió una tan grande claridad que quedamos deslumbrados, por decirlo así. Nos creíamos perdidos, pero el viento cesó en ese mismo momento.